Carretera N-III

Voy a aparcar por una momento la ficción, y me voy a dedicar a relatar lo que me ha pasado esta tarde en un bar de un pueblo de Cuenca, que nombraré más adelante, mientras volvía a casa desde Fuenterrobles, en plena lucha contra la resaca, tras una noche de verbena rodeado de buenisma gente.

Tras coger el bus en Caudete de las Fuentes, y para realizar un trayecto que sólo había hecho una persona antes (creo que yo mismo hace dos agostos), el vehículo recorría la ahora desierta Nacional-III, paralela a una autopista que ahora utilizamos los meseteros -habitantes de la Meseta Central- para acercarnos al Levante. Y no sé si antes de dejar esta carretera para pillar la N-310, ya que mi resaca me impedía disfrutar de la entrada en la Mancha, el bus realiza la parada reglamentaria en un bar de un pueblo cualquiera.

A estas horas, mi estómago ya había procesado la información de la comida digerida, y teniendo en cuenta el cuerpo escombro que arrastraba desde el segundo trozo de pizza del desayuno, mi salida del autobús en búsqueda de un baño donde descansar mis posaderas era inminente. Raudo cual inglés pillando hamacas en un hotel de Benidorm, agarro mi mochila verde y entro en el rancio bar, saludando a los parroquianos como mandan los cánones.

Tras comprobar la correcta higiene del aparato culorreceptor, me dispongo a hacer lo que no voy a contar por aquí, por si alguien me lee merendando. En estas, que ocurre lo que podía pasar a cualquiera, «¡mierda!», exclamo (irónicamente, viendo donde estoy). No había papel. Un señor, que oigo como se está secando las manos, empieza a dialogar conmigo.

-¿Necesitas ayuda muchacho?

-Ostras, sí, gracias, no hay papel, si puede mirar en el váter de al lado, se lo agradecería.

-Claro que sí, pero antes, dime, ¿sabes en qué pueblo estás?

-¿Perdón?

-Sí, has oído bien,  ¿sabes qué pueblo es este?

-Oiga, el bus sale en 10 minutos y yo tengo que volver que quiero llegar a mi casa hoy, si no le imp…

-¿Crees que voy a ayudar a alguien que ni se ha molestado en mirar el cartel del bar en el que está? Aparece el nombre del pueblo, y si me ha jodido la autovía que se lleva a los clientes por otro sitio, más me molesta que ni los que están aquí sepan el nombre del pueblo dónde me he criado.

-Disculpe, es la resaca, que no me deja pensar, un segundo.

Entonces saqué el móvil para mirar el gps, de algo me tienen que servir los años de estudio de teleco. No funciona. Me cago en el misterio.

Oiga, estoy en una urgencia, prosigo. Si mis cálculos no fallan, y sabiendo que hemos pasado por Minglanilla (cómo olvidarme de la calle con paraguas que he visto desde el bus), debemos estar por Iniesta, no no, ¡Granja de Iniesta! Fijo que es Granja de Iniesta.

-Mira muchacho, no te soporto, pero te voy a hacer un favor. Tengo el rollo de papel higiénico en la mano.

-¡Bien!

-Pero como no sabes dónde estas y me da rabia, te va a tocar escuchar lo que me pasó ayer.

-Oiga, el bus se me va, casi que me limpio con los calcetines…

-Tranquilo cagalindes, desde aquí veo al conductor. Mira te comento, ayer por la tarde me acerqué a la viña, y no te vas a creer lo que me pasó.

-Habla usted como los titulares sensacionalistas de Internet.

-No sé de qué pijos hablas, pero escucha si no quieres perder el bus. La cosa es que me acerqué a ver la uva, a mediodía, sin almorzar ni ná, que tengo el sueño cambiao y estaba recién levantaico. Pues en esto que se me aparece la Virgen.

-¿Y no puede ser que le dio a usted un golpe de calor?

-¿Quieres el papel o no? Prosigo. Se me aparece la Virgen, y me dice que me drogue.

-Ostras, como la canción de Putilatex.

-No, en un puticlub no, en una viña. Estaba ahí, conmigo, bajando de los cielos. La mismísima Virgen, que me drogue dice. Y nada, al rato desaparece y ahí estaba yo, agarrado a un olivo, obnubilado, y claro, a ver cómo le cuento yo esto a los del bar, se van a creer que estoy loco.

-Una historia curiosa sí… Yo le creo. ¿El papel?

-¿Tienes drogaína?

-¿Cómo?

-Sí, la drogaína esa que fumáis los jóvenes, mandanga, cachumbas. Cualquier cosa. A ver quién soy yo para no hacerle caso a la Santa Madre.

-Mire señor, yo sólo quería deshacerme aquí. Yo no consumo nada, lo siento.

-¿Pero eso dónde se compra?

-Acérquese a los jóvenes cuando sean fiestas, y pregunte. O pregunte a su nieto, que él sabrá.

-Gracias. Aquí tienes el papel, me escapo mientras te limpias para que no sepas quién soy.

Y mientras sonaba el claxon del autobús, salgo del bar y me dirijo a seguir la ruta. No sin antes mirar atrás para ver el cartel del bar:

BAR REMO · N-III · Granja de Iniesta

vater

PD: Esta foto es real, y es lo que estaba puesto en la puerta del baño. Creía que era de Lorca, pero un amigo me ha corregido, es un poema de Alberti.

Diario de viaje #1

Los que me conocen, saben que yo por las buenas bien, pero por las malas, soy muy malo, jejeje. No, en serio, menuda frase de mierda, «yo por las buenas bien, por las malas, soy malo», menuda puta mierda, joder, ¿quién es bueno por las malas? ¿Jesucristo? «Te han robado la bicicleta, mira, ese tipo, está ahí, dile algo», «no, que por las malas soy bueno, ¡un saludo chaval!». Joder, «por las buenas bien», menudo crack, ¿no?, máquina, figura, pirámide. En fin, que me pierdo, los que me conocen, saben que yo soy muy amigo de mis amigos, y mejorpppfff vale ya ya, para ya joder, y céntrate.

Voy.

Los que me conocen, saben que soy de los que disfruta viajando. Mi droga preferida viene algunas veces en papelina, llena de códigos de barras y en inglés, con un destino escrito en ella; y otras veces en cartón, si el cacharro en el que me subo no es un pájaro gigante de metal, si no que es un maravilloso tren, en el que se viaja mucho más despacio y se disfruta mucho más.  Para mí un viaje no merece la pena si, al menos, una experiencia de las que he hecho durante el mismo, son de esas que nunca le contarías a tu madre.

Así que me voy a soltar, y voy a ir desgranando algún que otro diario de viaje por aquí. Os regalo, de momento, el primero.

DÍA 1

Fijada nuestra ruta, emprendemos la marcha. Realizamos el primer tramo Buenos Aires – Laboulaye. A pie. No hay límites cuando de viajar se trata.

Guardamos nuestras provisiones en enjutas mochilas. Un señor mayor nos hace de guía los últimos 33 kilómetros. Ayer no lo conocíamos, hoy es uno de nuestros mejores amigos. Puede que mañana haya muerto, y con él, nuestra primera experiencia. O no.
DÍA 2
No queda agua en nuestras cantimploras, así que improvisamos un sistema para potabilizar el agua de la lluvia. Hemos utilizado escroto de buey para tal fin. El buey, riquísimo por cierto, se llamaba Libertad. La primera noche la pasamos durmiendo con unos nativos bastante cariñosos, los cuales insistieron en enseñarnos un ritual sorprendente, el Sopl’anuk’has. Esta noche, las estrellas nos abrigarán. Avanzamos tras el descanso usando como brújula el canto de las jirafas.
DÍA 3
Desayunamos en un comercio de nativos de la provincia de Santa Fe, un starnosequé. El chamán nos ha ofrecido un frapuchino a base de raíces y líquidos ancestrales. Entramos en contacto con la naturaleza en un baño de una estación de servicio, imposible no sentir espíritus que hace lustros habitan en estas tierras, sobre todo tras abrir la tapa de la letrina. Vamos bien sueltos al baño tras el ritual de ayer.
Un niño nos ofreció una sonrisa que nos sirvió de alimento para la caminata del día, llegaríamos a San Fernando del Valle de Catamarta al anochecer. Nuestras fuerzas van menguando, nuestro pan élfico también. Nuestra alma crece a la misma velocidad que decrecen nuestras provisiones de porros. Mierda.
DÍA 4
Cambiamos un par de alfajores y un chaval, que conocimos en nuestra ruta a camello, por un Jeep 4×4. Vamos por el desierto siendo los putos amos. Nos arrepentimos a las 3 horas (en realidad, nos quedamos sin gasolina) y andamos hacia el norte. No importa el cómo, importa el con quién. Contigo yo me siento el rey del mundo, desde el momento en que dijiste que me quieres solamente a mí. Que el destino nos alcance. 
DÍA 5
Al alba, unos gallos nos hacen de despertador. Los smarphones no tienen cabida en la pequeña localidad de Villaverde del Cabriel. Tampoco los ordenadores. Estamos escribiendo esto en un telegrama que envían desde una granja a los servidores de WordPress. Algún día llegará, nos han prometido.
Huele a azufre y a terciopelo. Unos ancianos locales nos han revelado el secreto de la vida mientras jugábamos con ellos al ajedrez. En el camino veremos llamas y mapaches. Viajar nos alimenta. Orgullosos nos colocamos nuestras mochilas y arrancamos. No hay descanso. Al anochecer dormiremos en el primer montículo de vegetación que parezca acogedor.
DÍA 6
Hoy hemos conocido a un tal Manu Chao mientras chupábamos musgos para desayunar. Menudo fantasma. Miramos con añoranza nuestros tuppers vacíos, un mapache se ha comido nuestra última ración de tortilla.
Nos terminamos de merendar al mapache en comunión con la naturaleza, y nos bañamos en un manantial cercano. Comenzamos a seguir los pasos del Che Guevara en Bolivia. Él llevaba un rifle, nosotros bolígrafos y cámaras de fotos, aunque mi padre dice que una buena ostia tampoco me habría venido mal.
DÍA 7
Llegamos a la región perdida de MachuPichu. No hay rastro de vida humana en 174 km a la redonda. Añoro a Pamela y sus mamellas. El mal de altura no es tan grave como el dolor que me dejó en el corazón. No necesito alas para volar, prefiero tereré. Cruzaré llorando el jardín, y con tus recuerdos partiré, lejos de aquí. De día viviré pensando en tu sonrisa, de noche las estrellas me acompañarán, serás como una luz que alumbra en mi destino, me voy pero te juro que mañana volveré. Un picotazo de mosquito me devuelve a la realidad.

 

DÍA 8

Empacamos lo poco que nos queda tras el robo de anoche y emprendemos la marcha de vuelta. El desayuno estaba cojonudo, leche de abeja, miel de oveja, tuétano tostado y un pétalo de árbol. 

DÍA 9

La diarrea del viajero no es un rumor, existe, y la sentimos en nuestras carnes, afortunadamente, nos quedan 100 km para llegar a Buenos Aires.

DÍA 10

Me cago en la puta leche de abeja. Que diarrea, copón. Nos quedan 200km a Buenos Aires, ¿qué hemos hecho? ¿dónde estamos? Ojalá tuviéramos el mapache aquel, que bueno estaba, chorra. Cazamos una rata y nos la calentamos.  Veo unas bayas muy apetecibles y me las como, como si esto fuera el «Don’t starve»… Echo de menos mi ordenador y el Steam. Qué buenas las bayas, quiero más. Me como todas. Mi amigo dice que las deje, a ver si te voy a dejar a ti, payaso. Salgo corriendo con más bayas, se me caen los calzoncillos por el camino, me da igual, no saben a bayas.

DÍA 11

Empiezo a ver cosas raras. No, las cosas raras empiezan a verme a mí. Qué colores tan bonitos hay por aquí. Pierdo a mi compañía de viaje, pero me encuentro al señor del día 1, ¿es muy guapo, o es cosa mía? ¿será efecto de las bayas? Tiene buen culo, me está metiendo mano, un segundo, ¿qué es todo esto?

DÍA 12

… (Ligeros aspavientos)… (tos)…(lloros y lamentos)…(más diarrea)…

DÍA 13

…(diarrea)…(hambre)…

No tengo ni idea de dónde estoy, pero creo que la policía acaba de entrar por la puerta y se llevan al amable señor esposado, ya no me parece nada guapo. Me ponen una manta encima como la que le ponen a Bruce Willis al final de Jungla de Cristal (se pueden hacer ya spoilers de esa peli, ¿no?, va, que es muy vieja).

DÍA 14

Salgo del hospital y me voy de birras con los amigos.

-¿Qué tal el viaje? ¿Has follao?

-Meh.